sábado, 17 de octubre de 2009

MICAELA BASTIDAS

Micaela Bastidas no solo fue la esposa de Túpac Amaru II, sino miembro de su Estado Mayor. Superando los límites impuestos a la mujer en esa época, gracias a sus dotes organizativas y de mando, supo hacerse respetar por seguidores y enemigos. Hoy en día, su nombre está grabado de manera indeleble en la historia por su lucha contra la opresión colonial y a favor de la formación de una verdadera nación peruana.


Micaela Bastidas Puyucahua nació en 1744, hija del cura español Miguel Bastidas y de la indígena Josefa Puyucahua. Dos provincias se disputan el lugar de nacimiento de esta notable mujer: Abancay (en el departamento de Apurímac) y Canas (en el departamento del Cusco), pero lo que sí es indiscutible es el importante papel que desempeñó en la revolución de 1780, dirigida por su esposo, Túpac Amaru II.

Desde muy pequeña, Micaela recibió, de maestros severos y exigentes, la educación elemental en letras y artes que era usual en esa época. A los 16 años, siendo ya una mujer bella y de carácter decidido, se casó con José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, futuro caudillo de la revolución de 1780. De este matrimonio nacerían tres hijos varones: Hipólito, Mariano y Fernando.

De no haber estallado la revolución, tal vez Micaela hubiera quedado como la bella y joven esposa de un conocido arriero mestizo, descendiente directo de los incas. Pero fueron justamente estos hechos los que develaron su carácter y le permitieron pasar a la posteridad como uno de los grandes personajes que contribuyeron al fin de la dominación española y a la forja de una verdadera y autónoma nación peruana.

Durante la revolución, el papel de Micaela no se limitó al de simple asistente de su esposo, sino que –como está comprobado- desde el primer momento ella fue el principal consejero de Túpac Amaru, y luego del triunfo de Sangarará se constituyó en jefe interino.

Diversos testimonios dan cuenta del carácter decidido y vehemente de Micaela Bastidas: “un (sacerdote) mercedario que la visitó en Tungasuca por aquellos días, dejaría constancia del ánimo decidido, de la ‘resolución sobrevaronil’ de esta mujer realmente incomparable” (Bonilla, 1971, p. 153). Asimismo, su gran capacidad organizativa y de mando, unidas a un trabajo de propaganda indesmayable, proporcionaron la base que requería el Inca para el éxito de la revolución.




Las tareas de Micaela fueron múltiples y diversas. En el área de logística se encargaba del avituallamiento de las tropas (desde un largavista hasta dinero, alimentos, vestimenta, coca, balas y cañones), superando las dificultades inherentes a una situación de guerra.

También se hizo cargo del sistema de comunicaciones, organizando un excelente servicio de chasquis a caballo que llevaban las últimas noticias al caudillo, y que respondían inmediatamente a sus pedidos de armas y dinero.

Por otro lado, montó un sorprendente servicio de espionaje y contraespionaje entre Tinta y Cusco, el cual le permitió conocer de manera objetiva e inmediata las acciones contrarrevolucionarias, y sugerir a Túpac Amaru medidas ya sea militares o de neutralización a través de la propaganda. Un hecho conocido y que da muestra de su carácter es aquel en que “informada doña Micaela de que algunos eclesiásticos escribían al obispo del Cusco, mandó cerrar sus iglesias para que no fueran utilizadas como centros de actividad contrarrevolucionaria” (Valcárcel, 1973, p. 96).

Además, se encargó de concientizar a las masas a través de la difusión del programa revolucionario, y procuró por todos los medios atraer a la mayor cantidad de caciques remisos.

Podría pensarse que, como cualquier otro jefe destacado, Micaela se limitaba a cumplir lo mejor posible con sus funciones y acatar las órdenes de Túpac Amaru; pero ella fue más allá: tenía iniciativa propia y varias veces discrepó con su esposo y jefe en cuanto a la estrategia revolucionaria. Conocido es también el hecho que nos relata Valcárcel: “Después del triunfo de Sangarará, ella sostuvo la urgencia de marchar sobre el Cusco y ocuparlo aprovechando el caos reinante. En cambio, Túpac Amaru se decidió a tomar una ruta opuesta e invadir previamente las provincias meridionales. Los sucesos futuros dieron la razón a la esposa del caudillo” (p. 95).





“La cordura de sus acciones confirió a doña Micaela un gran prestigio entre los suyos, como es notorio en los textos de numerosas cartas enviadas por caciques, gobernadores y particulares. En ellas, más que a la esposa del jefe se dirigen a la autoridad superior, a la ‘Reina’ y le solicitan consejo para resolver variados problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando ciertos asuntos administrativos, dando noticias sobre envíos de hombres o movimientos sospechosos, remoción de autoridades o apoyo económico, atendidos invariablemente con justo criterio y raro tacto psicológico” (Valcárcel, 1973, p. 99).

Una vez traicionada y derrotada la revolución y capturado Túpac Amaru, Micaela Bastidas, sus hijos y los colaboradores más cercanos, Micaela dio muestra final de su entereza. En uno de los actos más inhumanos cometidos en nombre de Dios, de la civilización y del progreso, fue sometida públicamente a la pena de garrote; pero como su fino cuello era muy delgado para el torno, fue ahorcada y rematada a patadas en el estómago y los senos. Durante todo este suplicio, no imploró piedad a sus verdugos. Una vez muerta, le cortaron la lengua y cercenaron su cuerpo en partes, las que serían enviadas a diferentes lugares –según las órdenes del corregidor Areche- a manera de escarmiento para el pueblo.

Bibliografía consultada

Bonilla, José (1971). La revolución de Tupac Amaru. Lima: Nuevo Mundo.

Milla Batres (1986). Diccionario histórico y biográfico del Perú. Siglos XV-XX. Tomo I. Lima: Milla Batres.

Tauro del Pino, Alberto (2001). Enciclopedia ilustrada del Perú. Lima: PEISA.

Valcárcel, Carlos (1973). La rebelión de Tupac Amaru. Lima: PEISA.