viernes, 21 de octubre de 2011


ATUSPARIA Y LA GRAN REBELIÓN CAMPESINA DE 1885


Pedro Pablo Atusparia encabezó una de las grandes rebeliones campesinas en contra del abuso y la explotación a la que era sometida la población indígena de nuestro país. No se conocen con exactitud los orígenes de Atusparia, pero se tienen noticias de él desde que tenía 25-30 años aproximadamente y ya se encontraba inmerso en la lucha contra los abusos hacia sus paisanos. Por otro lado, su liderazgo y autoridad quedan plenamente respaldados por los importantes cargos que ocupó en su comunidad: primero, subinspector de la estancia de Marián; luego, alcalde de la misma.

Contra lo que la historia oficial peruana se ha encargado de difundir y publicitar, la población indígena no se resignó sumisa a la dominación de los conquistadores españoles, sino que ha luchado contra sus explotadores ya desde el tiempo de la conquista. Sin embargo, como afirma Mariátegui: “… cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina”. A continuación, un análisis detallado de la gesta de Atusparia, aparecido en la Revista Magisterio.


Como es sabido, la llamada Independencia del Perú fue tan sólo una emancipación de criollos (españoles americanos), que empeoró las condiciones de vida y trabajo de la mayoritaria población indígena asentada en nuestro país. Así, en las postrimerías del siglo XIX, después de sucesivos y erráticos gobiernos de “blancos”, oligarcas y caudillos militares, el campesinado indígena del Perú “independiente”, seguía soportando vejámenes y abusos semejantes o peores que los de la Colonia.

La República seguía manteniendo el tributo colonial bajo el disfraz de contribuciones personales, y la población campesina y pobre estaba obligada a realizar faenas humillantes denominadas justamente “república”: reparación de caminos de herradura, de puentes, templos, cárceles, canales de regadío, cementerios, etc. sin pago alguno. Amparados en esto, los gamonales, curas o autoridades, obligaban al campesino a trabajar gratuitamente en sus haciendas o propiedades particulares. El cuadro de abuso y explotación se completaba con el permanente despojo de tierras y ganado que sufrían los campesinos indígenas en todo el país. Por ejemplo, bastaba que algún ganado del campesinado paste en tierras que el gamonal consideraba suyas, para que éste se apropie de dicho ganado. Aparte de que cada sábado, los indígenas tenían que entregar “presentes” a las autoridades (leña, gallinas, cuyes, huevos, etc.) como tributo en especie.




Esta situación empeoró después de la desastrosa guerra con Chile. El gobierno de Iglesias, puesto por los chilenos, generó condiciones legales para que se multipliquen las exacciones sobre la masa indígena. Iglesias restableció la contribución personal indígena y puso la tasa de 2 soles de plata, que equivalían a 20 soles incas, moneda que utilizaba el campesinado. La suma era excesiva.

En Huaraz, el encargado de cobrar ese tributo fue el prefecto Javier Noriega, que además resucitó la “república” y obligó a la población indígena a dar “presentes”. Ante tales abusos, los campesinos de la zona realizaron una asamblea y eligieron a Pedro Pablo Atusparia, alcalde de Marián para que presente al prefecto un memorial, en el que se pedían respetuosamente que se suprimiese las “repúblicas” y se redujese a un 25% la contribución exigida. Ante el pedido, el prefecto reaccionó de modo abusivo y violento, ordenó arrestar a Pedro Atusparia y lo sometió a tortura para que delate a la persona que había redactado el memorial. Al conocer este atropello el resto de alcaldes indígenas acudieron a la prefectura a solicitar la liberación de Atusparia. Fueron recibidos no por Noriega que había viajado al pueblo de Aija, sino por uno de sus subordinados: José Collazos. Este, siguiendo la línea abusiva del prefecto, ofendió aún más a los reclamantes burlándose de ellos y ordenando que se les corte las trenzas, símbolo de autoridad entre los alcaldes indígenas.

Este abusivo exceso desató la rebelión. Encabezados por sus alcaldes y autoridades, miles de indios comenzaron a copar Huaraz desde el 2 de marzo de 1885. Armados con machetes, hondas, algunos fusiles y rejones, se enfrentaron a las fuerzas públicas que contaban con 120 infantes, 70 soldados de caballería y un batallón de artesanos compuesto por 100 hombres. Al segundo día, la creciente masa indígena había acallado a la fusilería y masacrado a la gendarmería. Collazos y algunos de sus colaboradores lograron escapar. En estas circunstancias se pudo ver la especial calidad de Atusparia que hizo todo lo posible por evitar el pillaje y el vandalismo.

El 4 de marzo, al frente de 800 indios, Atusparia controlaba Huaraz, tenía en su poder la pólvora del cuartel y contaba con 300 fusiles. Los vecinos de esta capital pronto se acomodaron a las circunstancias y el 8 de marzo la ciudad en pleno celebró una misa de gracias por el triunfo obtenidos. Allí mismo, Pedro Pablo Atusparia nombró prefecto al abogado cacerista Manuel Mosquera, y secretario general a Luis Montestruque, un intelectual mestizo que propuso la restauración del imperio de los incas e hizo una intensa propaganda a esta idea a través del periódico el “Sol de los Incas”.

Pronto la rebelión se extendió por el Callejón de Huaylas, gran parte de Ancash e incluso por Huánuco. Así, se unió al levantamiento el obrero minero Pedro Cochachín de la Cruz, conocido como “Uchcu Pedro”, que después de la captura de Atusparia continuaría con la rebelión.

A comienzos de Abril las fuerzas de Atusparia controlaban todo el Callejón de Huaylas y otras partes de Ancash; Uchcu Pedro vigilaba las rutas a la costa. Al enterarse de la rebelión indígena, el gobierno de Miguel Iglesias decidió actuar y nombró al coronel José Yraola, Prefecto y Comandante General del departamento. Este llegó a Casma el 12 de abril y allí junto con el coronel Manuel Callirgos Quiroga, trazó los planes para desbaratar la sublevación indígena. Callirgos fue el jefe operativo de la expedición punitiva que contaba con dos batallones de infantería, un regimiento de caballería y dos brigadas de artillería. Los hacendados de la zona contribuyeron, además, con milicias de chinos y zambos. En el plano político, para quitarle justificación a la rebelión, el gobierno decretó la supresión de las contribuciones y de todas las faenas gratuitas.

Las tropas gubernamentales avanzaron hacia Huaraz y en el trayecto sufrieron el constante asedio de las fuerzas guerrilleras encabezadas por Uchcu Pedro, quien permanentemente informaba a Pedro Pablo Atusparia sobre la progresión de las tropas enemigas. Este, decidió hacer frente a las fuerzas de Callirgos y ordenó a Mosquera a salir con un gran contingente de indios a ir a detener el avance enemigo. Como era de esperar, el cobarde tinterillo cacerista rehuyó la responsabilidad y fue destituido por Atusparia, que nombró en su reemplazo a Pedro Granados.




Montestruque en cambio, fiel a sus ideales, fue a dar batalla al frente de las fuerzas indígenas. El 21 de abril se produjo la sangrienta batalla de Yungay, donde los rebeldes fueron totalmente derrotados. Allí murió Montestruque, y Uchcu Pedro decidió retroceder con las tropas que le quedaban hacia Huaraz. Esta ciudad cayó finalmente, el 4 de mayo y Atusparia, herido en una pierna, fue capturado. Se le respetó la vida porque muchas damas huaracinas intercedieron por su vida, como reconocimiento al magnánimo comportamiento del noble caudillo indio que había impedido los excesos de los campesinos en contra de los residentes de Huaraz.

El 11 de mayo, a la cabeza de miles de indios Uchcu Pedro intentó reconquistar la ciudad pero la mayor potencia de fuego de los gubernamentales causó gran matanza en las fuerzas indígenas, que no pudieron lograr sus objetivos. Esto precipitó una brutal represión sobre los poblados de indios, matanzas, torturas, violaciones de mujeres, robos, etc., perpetraron los soldados y los milicianos zambos y chinos. Ante tal situación, Atusparia reaccionó y persuadió a la mayoría de alcaldes indígenas para que se sometan a la autoridad del nuevo prefecto. Sólo Uchcu Pecro continuó en la lucha e hizo de la Cordillera Negra su base de operaciones. Dentro de la pugna que enfrentaba a Iglesias con Cáceres, Cochachín se alineó con el héroe de la Breña, que lo nombró Comandante de Milicias. En los meses siguientes Uchcu Pedro se mantuvo en acción incursionando en los pueblos del Callejón, en fundos de la costa, asaltando correos, requisando animales, alimentos y armamentos. Ninguna expedición militar del gobierno podía abatirlo, entonces tramaron su captura mediante la traición. Para eso se valieron de Dámaso Rodríguez, un compadre de Pedro Cochachín. Rodríguez invitó mediante carta a su compadre, para que lo visite en el fundo Carhuapampa de Quillo, donde ofrecía entregarle fusiles y municiones. Uchcu Pedro respondió positivamente y con mucho afecto, y el 28 de setiembre de 1885 acudió a la cita, donde fue capturado. Inmediatamente fue trasladado a Casma y allí fue fusilado al día siguiente a las cuatro y quince de la tarde.

Sobre la muerte de Atusparia se han tejido varias leyendas. La más conocida: que murió envenenado por su “traición” a la causa indígena. Otros historiadores afirman que murió de tifus en 1887, dos años después de la rebelión, exiliado en su propio pueblo y estigmatizado por sus paisanos al haber sobrevivido a la gesta que años antes había dirigido.

La rebelión de Atusparia nos sirve de dura lección para el futuro. Como escribe José Carlos Mariátegui: “En nuestra América española, semi-feudal aun, la burguesía no ha sabido ni querido cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad. Descendiente próxima de los colonizadores españoles, le ha sido imposible apropiarse de las reivindicaciones de las masas campesinas. Toca al socialismo esta empresa. La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado”.