sábado, 25 de enero de 2014

MANUEL GONZÁLEZ PRADA

Ha sido José Carlos Mariátegui quien mejor valoró el legado que dejó González Prada a las generaciones futuras. De él nos dice: “… lo duradero en la obra de González Prada es su espíritu. Los hombres de la nueva generación en González Prada admiramos y estimamos sobre todo, el austero ejemplo moral. Estimamos y admiramos, sobre todo, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía” (Mariátegui, 2002, pp. 264-265).




Efectivamente, desde muy joven, y a despecho de su origen aristocrático, Prada forjó un espíritu cuestionador y rebelde frente a una sociedad colonial, sumamente injusta y corrupta. La Guerra con Chile fue el detonante para que inicie una lucha sin cuartel (aunque muchas veces solitaria) contra el colonialismo, el conservadurismo, el clericalismo y el oportunismo enquistados en nuestra sociedad. Y se dirigió a dos elementos que consideró los llamados a renovar el Perú: la juventud y el indio. A los primeros invocó en el legendario “Discurso en el Politeama” (1888) con la frase: “¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”.  Idea que más adelante, en su texto “Los viejos” (1915), reafirmaría: los viejos deben desprenderse del poder y transmitirlo a los más jóvenes. Y aunque González Prada “no fue acción sino verbo”, esperaba “… una juventud capaz de traducir en acto lo que en él no pudo ser sino idea…” (Mariátegui, 2002, p. 265).  Esas expectativas fueron prontamente cubiertas, pues en vida, Prada se constituyó en un ejemplo para la juventud rebelde y contestaría.  De 1916 a 1918, cuando contaba con más de 70 años, fue entrevistado por algunos de los mejores periodistas y escritores jóvenes de ese entonces: José Carlos Mariátegui, Abraham Valdelomar, Guillermo Luna Cartland, Félix del Valle y César Vallejo.  Y en su entierro, que generó una imponente movilización de masas, la Federación de Estudiantes fijó un turno para la guardia del ataúd.

Por otro lado, si bien Aréstegui (1848) y Bustamante (1867) abordaron antes que González Prada el problema del indio, fue él quien “… trajo a la conciencia peruana que el verdadero Perú está compuesto fundamentalmente por los indios y no por los criollos” (Sobrevilla, 2005, pp. 45-46). En el texto “Nuestros indios”, Prada revela la naturaleza del problema del indio y propone alternativas que para ese tiempo resultaban subversivas:

“La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es social” (González Prada, 2010, p. 183).

“La condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores. Si el indio aprovechara en rifles y cápsulas todo el dinero que desperdicia en alcohol y fiestas, si en un rincón de su choza o en el agujero de una peña escondiera un arma, cambiaría de condición, haría respetar su propiedad y su vida. A la violencia respondería con violencia, escarmentando al patrón que le arrebata las lanas, al soldado que le recluta en nombre del gobierno, al montonero que le roba ganado y bestias de carga” (Idem).

“Al indio no se le predique humildad y resignación sino orgullo y rebeldía. ¿Qué ha ganado con trescientos o cuatrocientos años de conformidad y paciencia?
… el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización de sus opresores” (Idem).


Sin embargo, estas frases de “gran vigor panfletario y retórico” nunca se concretaron ni en un programa ni en una doctrina.  Si bien es cierto que Prada participó activamente en la fundación de la Unión Nacional, partido de corte radical, a pesar de ser su presidente no pudo evitar que esta agrupación se mantuviera como un cenáculo aislado de intelectuales, alejado de los indios y obreros a quienes decía reivindicar.  Como señaló Basadre (Sobrevilla, 2005), esto fue fatal para la Unión Nacional que, con el correr de los años, se convirtió en un partido prácticamente sin militantes, pero con dirigentes ávidos de poder y dispuestos a cualquier alianza con el fin de obtenerlo.

Como señala Mariátegui: “Las frases más recordadas de González Prada delatan al hombre de letras: no al hombre de Estado. Son las de un acusador, no las de un realizador” (2002, p. 259). El espíritu individualista, anárquico y solitario de Prada no era el adecuado para dirigir una obra colectiva de envergadura. Es por ello que, en vez de adherirse al materialismo histórico, optó por seguir a Kropotkin y a Bakunin. Como señala Sobrevilla (2005): “De Bakunin deben haberle atraído (…) la tendencia antirreligiosa, antiestatista y la violencia bakuniniana. Con Kropotkin, sostiene Angel Capelletti que debe ser mayor su deuda: algunos párrafos del discurso ‘El intelectual y el obrero’, pronunciado por Prada en 1905, serían simplemente glosas de La conquista del pan; y Capelletti sugiere que también debe haber tomado algunas ideas del planteamiento sobre la ayuda mutua kropotkiana…” (p. 57).

Otro aspecto resaltante del legado de González Prada es la afirmación de que el escritor (y el intelectual) no puede colocarse, oportunistamente, “por encima del bien y del mal”, sino que tiene un compromiso ineludible con la honradez y la verdad. En su Discurso en el Teatro Olimpo (1888) afirma: “Desgraciadamente, nada se prostituyó más en el Perú que la palabra: ella debía unir y dividió, debía civilizar y embruteció, debía censurar y aduló. En nuestro desquiciamiento general, la pluma tiene la misma culpa que la espada” (González Prada, 2005, p. 42). Y palabras especiales dedicó a los periodistas, quienes “… no encarnan principio alguno sino solo una suma de insinceridad, falta de honradez, corrupción e ignorancia” (Sobrevilla, 2005, p. 71).

A pesar de que ha pasado casi un siglo, la realidad descrita por González Prada se mantiene y, aún más, ha llegado a niveles nunca antes vistos en nuestro país. Hoy en día, los periodistas son simples sirvientes de los empresarios de la comunicación, su ética es la del dinero. Atrás quedó su función esclarecedora, de denuncia y de reserva moral de la sociedad. El fujimorato demostró de qué está hecha gran parte de los intelectuales y hombres y mujeres de prensa: egos superlativos y timoratos capaces de agacharse ante la corrupción a cambio de una miserable cuota de poder, dinero o fama.

Como señala Mariátegui, González Prada fue más literato que político y, en ese aspecto, es el precursor de la transición del periodo colonial al periodo cosmopolita de nuestra literatura. Prada significó la ruptura con lo colonial y el inicio de una literatura peruana, pero abierta a influencias extranjeras que la enriquecieran. Parte de su ruptura con el periodo colonial fue la introducción de una reforma ortográfica que responda al ideal hispánico de la sencillez ortográfica pero que, en vez de anquilosarse, recoja el aporte popular:

“Basta cruzar a la carrera uno de los populosos i activos centros comerciales, señaladamente los puertos, para darse cuenta del inmenso trabajo de fusión i renovación verbales. (…) Cierto, miles de vocablos pasan sin dejar huella, pero también muchos vencen i se imponen en virtud de la selección. La expresión que resonaba en labios de marineros i mozos de cordel, concluye por razonar en boca de sabios i literatos. Los neologismos pasan dela conversación al periódico, del periódico al libro i del libro a l’Academia” (González Prada, 2005, p. 184).


El aporte de González Prada a la sociedad peruana es, como hemos visto, fundamental. Y el hecho de que su figura no sea resaltada como es debido, obedece a la intención de las clases reaccionarias y conservadoras de nuestro país de mantenernos adormecidos, sin referentes progresistas, cuestionadores y críticos del sistema irracional e injusto en el que vivimos.

Como señala el historiador peruano Orrego, perteneciente a las últimas hornadas de intelectuales: la vigencia de Horas de lucha radica en “… la capacidad de rebelarse o de indignarse frente al atropello, la corrupción, la explotación o la inoperancia. (…) Frente al acomodamiento, a la mirada al costado o a la contemplación pasiva, Horas de lucha es un llamado a la reflexión y a la acción. También es un llamado a la honestidad intelectual, a la coherencia entre el pensamiento y la vida práctica (González Prada, 2010, p. 9).


Bibliografía

González Prada, M. (2005).  Pájinas libres.  Lima: El Comercio.

González Prada, M. (2010).  Horas de lucha.  Lima: El Comercio.

Mariátegui, J. C. (2002).  Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. 70ma edición.  Lima: Amauta.

Sánchez, L. A. (s.f.).  Don Manuel.  Lima: Populibros peruanos.

Silva-Santisteban, R. (2007).  Manuel González Prada. Escritor de dos mundos. Recuperado de http://es.scribd.com/doc/3494821/Ricardo-SilvaSantisteban-Ubillus-Manuel-Gonzalez-Prada-Escritor-de-dos-mundos

Sobrevilla, D. (2005). Manuel González Prada. ¡Los jóvenes a la obra! Textos esenciales.  Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.