miércoles, 28 de diciembre de 2011


LEONCIO PRADO



En los libros escolares y de consulta, Leoncio Prado es recordado, sobre todo, por su comportamiento heroico ante la muerte: capturado por los chilenos después de la derrota de Huamachuco, afrontó con valor y dignidad el pelotón de fusilamiento. Sin embargo, no se resalta que desde muy temprana edad (12 años) se consagró a la liberación de los pueblos oprimidos y a la defensa de la patria, por la cual dio la vida.





“Lo que me apena es ver que en estos momentos en que se juega
la última esperanza de la patria,
hay hombres todavía egoístas que se resisten a contribuir,
de una forma u otra, a la defensa de esta santa causa”





Leoncio Prado Gutiérrez fue el mayor de los tres hijos naturales que tuvo Mariano Ignacio Prado (los otros dos fueron Justo y Grocio), militar peruano que llegaría a ser presidente del Perú y que desempeñaría un indigno papel en la guerra con Chile.





El joven Prado nació en 1853, en Huánuco. A la edad de seis años fue trasladado a Lima e ingresó como interno al Colegio Nacional “Nuestra Señora de Guadalupe”. Si bien no fue un alumno ejemplar, destacó por su inteligencia y vivacidad, la cual en varias ocasiones rondó la indisciplina. En el Guadalupe se nutrió del espíritu liberal, de las prédicas democráticas y de la solidaridad con los pueblos oprimidos, que más tarde lo llevarían a luchar a favor de Cuba y Filipinas.

Durante las vacaciones escolares acompañaba a su padre: en Chiclayo, donde fue admitido como “soldado distinguido” en el regimiento “Lanceros de la Unión” (1862); y en Arequipa, donde asistió al pronunciamiento de insurrección contra los españoles del entonces coronel Mariano Ignacio Prado (1865). En 1866, con tan solo 13 años, participó en el Combate de Abtao y, meses después, estuvo a bordo del Tumbes en el triunfo obtenido contra la Escuadra Española del Pacífico. Ascendido a la clase de alférez de fragata, ingresó a la Escuela Militar y Naval (1867).

En la Escuela Militar y Naval, Leoncio Prado, junto con José Gálvez, dirigió un motín en contra de las durísimas medidas disciplinarias introducidas por el nuevo director del plantel, general Torrico. El alumnado declaró el estado de huelga y armó barricadas al interior del establecimiento. Finalmente, el Ministerio de Guerra debeló violentamente el motín y clausuró la Escuela. Vale resaltar que muchos de estos cadetes rebeldes cumplieron un importante papel en la posterior guerra del 79.

“En 1867, a su solicitud fue agregado a la expedición hidrográfica enviada a la Amazonia bajo el comando de John Tucker y permaneció en el apostadero fluvial de Iquitos hasta 1868. Después, enviado por el gobierno viajó a EE.UU. y estudió ingeniería en Richmond (1873), pero cautivado por la propaganda autonomista de Cuba, pasó a la isla a participar en la lucha por la independencia de ese país bajo las órdenes de Máximo Gómez, Antonio Maceo y Guillermo Moncada. Con autorización del gobierno cubano trasladóse a Kingston (Jamaica) y allí, con otros 10 patriotas se embarcó en el navío español Moctezuma, al que capturó en plena travesía (1876); tomó rumbo a Haití para desembarcar a los pasajeros, luego se dirigió a Centroamérica para esperar las armas que en nombre del Perú había ofrecido su padre, para contribuir a la independencia cubana. Mas, acosado por tres poderosas unidades españolas, se vio obligado a incendiar al Moctezuma a la vista de las playas nicaragüenses (1867) y nadando llegó a tierra. Con el apoyo del presidente de Honduras, Marco Aurelio Soto, volvió al Perú, de ahí pasó a EE.UU. y allí le sorprendió la capitulación de los patriotas cubanos. Luego se embarcó rumbo a Filipinas con el ánimo de luchar por su independencia. Naufragó y fue desembarcado en China; trabajando, cambiando de nombre, recorrió los mares de Asia y regresó por la India, Arabia, Egipto, Palestina, Rusia, Italia, Bélgica y Nueva York (1878)” (Calendario Cívico Escolar, 2002, p. 28).

Al iniciarse la guerra con Chile, a pedido de su padre, se encargó de adquirir armamento para el Perú, y lo hizo en condiciones muy ventajosas. A fines de octubre de 1879, fue designado para organizar y dirigir una pequeña brigada de torpedos, la cual se situó en la diminuta isla de Alacrán, frente a Arica.

Luego de que el general Mariano Ignacio Prado, presidente del Perú desde 1876, abandonara al país en el momento más crítico de la guerra con Chile, la situación de Leoncio Prado se complicó; sin embargo, logró hacerse cargo de los “Guerrilleros de vanguardia” y participó en la batalla del Alto de la Alianza (26/05/1880), donde murió su hermano Grocio. Finalmente, en la batalla de Torata (julio de 1880), los guerrilleros fueron masacrados por la superior fuerza chilena. Prado fue capturado y llevado a Chile, donde permaneció cautivo por más de un año.





En febrero de 1882 retornó a la patria. Por aquel entonces, le escribió las siguientes palabras al huanuqueño Benito Arana: “Cuando la patria se halla subyugada, no hay palabra que valga sobre el deber de libertarla” (Pavletich, 1958, p. 95).

En Huánuco y Pasco organizó un contingente de jóvenes combatientes y se unió a Andrés Avelino Cáceres. “Comisionado por éste, organizó el Ejército del Norte y llegó a jefe de Estado Mayor de la I División. Con este rango participó en la batalla de Huamachuco. Allí una granada le destrozó la rodilla izquierda, y sus ordenanzas lo sacaron del campo de batalla y lo ocultaron en una choza” (Calendario Cívico Escolar, 2002, p. 28). Allí fue encontrado por los chilenos, quienes indignamente le negaron el derecho a ser fusilado en la plaza pública, con los honores que merecía su rango, de tal manera que fue ejecutado en la cabaña donde lo habían encontrado. Pero en ese último momento se evidenció la grandeza moral de Prado: solicitó que se doble el número de integrantes del pelotón de fusilamiento y que se le permita dar las órdenes de ejecución. Ambas peticiones le fueron concedidas.




Leoncio Prado Gutiérrez murió el 15 de julio de 1883, a la edad de 30 años. Antes de su fusilamiento, dejó escritas unas líneas para su padre, quien se encontraba en Colombia: “… hoy a las ocho y media debo ser fusilado por el delito de haber defendido a mi Patria”.



Bibliografía

Calendario Cívico Escolar (2002). Lima: SUTE XII.

Pavletich, E. (1958). Leoncio Prado. Lima: Demos.

Tauro, A. (2001). Enciclopedia ilustrada del Perú. Tomo 13. Lima: PEISA.

viernes, 21 de octubre de 2011


ATUSPARIA Y LA GRAN REBELIÓN CAMPESINA DE 1885


Pedro Pablo Atusparia encabezó una de las grandes rebeliones campesinas en contra del abuso y la explotación a la que era sometida la población indígena de nuestro país. No se conocen con exactitud los orígenes de Atusparia, pero se tienen noticias de él desde que tenía 25-30 años aproximadamente y ya se encontraba inmerso en la lucha contra los abusos hacia sus paisanos. Por otro lado, su liderazgo y autoridad quedan plenamente respaldados por los importantes cargos que ocupó en su comunidad: primero, subinspector de la estancia de Marián; luego, alcalde de la misma.

Contra lo que la historia oficial peruana se ha encargado de difundir y publicitar, la población indígena no se resignó sumisa a la dominación de los conquistadores españoles, sino que ha luchado contra sus explotadores ya desde el tiempo de la conquista. Sin embargo, como afirma Mariátegui: “… cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina”. A continuación, un análisis detallado de la gesta de Atusparia, aparecido en la Revista Magisterio.


Como es sabido, la llamada Independencia del Perú fue tan sólo una emancipación de criollos (españoles americanos), que empeoró las condiciones de vida y trabajo de la mayoritaria población indígena asentada en nuestro país. Así, en las postrimerías del siglo XIX, después de sucesivos y erráticos gobiernos de “blancos”, oligarcas y caudillos militares, el campesinado indígena del Perú “independiente”, seguía soportando vejámenes y abusos semejantes o peores que los de la Colonia.

La República seguía manteniendo el tributo colonial bajo el disfraz de contribuciones personales, y la población campesina y pobre estaba obligada a realizar faenas humillantes denominadas justamente “república”: reparación de caminos de herradura, de puentes, templos, cárceles, canales de regadío, cementerios, etc. sin pago alguno. Amparados en esto, los gamonales, curas o autoridades, obligaban al campesino a trabajar gratuitamente en sus haciendas o propiedades particulares. El cuadro de abuso y explotación se completaba con el permanente despojo de tierras y ganado que sufrían los campesinos indígenas en todo el país. Por ejemplo, bastaba que algún ganado del campesinado paste en tierras que el gamonal consideraba suyas, para que éste se apropie de dicho ganado. Aparte de que cada sábado, los indígenas tenían que entregar “presentes” a las autoridades (leña, gallinas, cuyes, huevos, etc.) como tributo en especie.




Esta situación empeoró después de la desastrosa guerra con Chile. El gobierno de Iglesias, puesto por los chilenos, generó condiciones legales para que se multipliquen las exacciones sobre la masa indígena. Iglesias restableció la contribución personal indígena y puso la tasa de 2 soles de plata, que equivalían a 20 soles incas, moneda que utilizaba el campesinado. La suma era excesiva.

En Huaraz, el encargado de cobrar ese tributo fue el prefecto Javier Noriega, que además resucitó la “república” y obligó a la población indígena a dar “presentes”. Ante tales abusos, los campesinos de la zona realizaron una asamblea y eligieron a Pedro Pablo Atusparia, alcalde de Marián para que presente al prefecto un memorial, en el que se pedían respetuosamente que se suprimiese las “repúblicas” y se redujese a un 25% la contribución exigida. Ante el pedido, el prefecto reaccionó de modo abusivo y violento, ordenó arrestar a Pedro Atusparia y lo sometió a tortura para que delate a la persona que había redactado el memorial. Al conocer este atropello el resto de alcaldes indígenas acudieron a la prefectura a solicitar la liberación de Atusparia. Fueron recibidos no por Noriega que había viajado al pueblo de Aija, sino por uno de sus subordinados: José Collazos. Este, siguiendo la línea abusiva del prefecto, ofendió aún más a los reclamantes burlándose de ellos y ordenando que se les corte las trenzas, símbolo de autoridad entre los alcaldes indígenas.

Este abusivo exceso desató la rebelión. Encabezados por sus alcaldes y autoridades, miles de indios comenzaron a copar Huaraz desde el 2 de marzo de 1885. Armados con machetes, hondas, algunos fusiles y rejones, se enfrentaron a las fuerzas públicas que contaban con 120 infantes, 70 soldados de caballería y un batallón de artesanos compuesto por 100 hombres. Al segundo día, la creciente masa indígena había acallado a la fusilería y masacrado a la gendarmería. Collazos y algunos de sus colaboradores lograron escapar. En estas circunstancias se pudo ver la especial calidad de Atusparia que hizo todo lo posible por evitar el pillaje y el vandalismo.

El 4 de marzo, al frente de 800 indios, Atusparia controlaba Huaraz, tenía en su poder la pólvora del cuartel y contaba con 300 fusiles. Los vecinos de esta capital pronto se acomodaron a las circunstancias y el 8 de marzo la ciudad en pleno celebró una misa de gracias por el triunfo obtenidos. Allí mismo, Pedro Pablo Atusparia nombró prefecto al abogado cacerista Manuel Mosquera, y secretario general a Luis Montestruque, un intelectual mestizo que propuso la restauración del imperio de los incas e hizo una intensa propaganda a esta idea a través del periódico el “Sol de los Incas”.

Pronto la rebelión se extendió por el Callejón de Huaylas, gran parte de Ancash e incluso por Huánuco. Así, se unió al levantamiento el obrero minero Pedro Cochachín de la Cruz, conocido como “Uchcu Pedro”, que después de la captura de Atusparia continuaría con la rebelión.

A comienzos de Abril las fuerzas de Atusparia controlaban todo el Callejón de Huaylas y otras partes de Ancash; Uchcu Pedro vigilaba las rutas a la costa. Al enterarse de la rebelión indígena, el gobierno de Miguel Iglesias decidió actuar y nombró al coronel José Yraola, Prefecto y Comandante General del departamento. Este llegó a Casma el 12 de abril y allí junto con el coronel Manuel Callirgos Quiroga, trazó los planes para desbaratar la sublevación indígena. Callirgos fue el jefe operativo de la expedición punitiva que contaba con dos batallones de infantería, un regimiento de caballería y dos brigadas de artillería. Los hacendados de la zona contribuyeron, además, con milicias de chinos y zambos. En el plano político, para quitarle justificación a la rebelión, el gobierno decretó la supresión de las contribuciones y de todas las faenas gratuitas.

Las tropas gubernamentales avanzaron hacia Huaraz y en el trayecto sufrieron el constante asedio de las fuerzas guerrilleras encabezadas por Uchcu Pedro, quien permanentemente informaba a Pedro Pablo Atusparia sobre la progresión de las tropas enemigas. Este, decidió hacer frente a las fuerzas de Callirgos y ordenó a Mosquera a salir con un gran contingente de indios a ir a detener el avance enemigo. Como era de esperar, el cobarde tinterillo cacerista rehuyó la responsabilidad y fue destituido por Atusparia, que nombró en su reemplazo a Pedro Granados.




Montestruque en cambio, fiel a sus ideales, fue a dar batalla al frente de las fuerzas indígenas. El 21 de abril se produjo la sangrienta batalla de Yungay, donde los rebeldes fueron totalmente derrotados. Allí murió Montestruque, y Uchcu Pedro decidió retroceder con las tropas que le quedaban hacia Huaraz. Esta ciudad cayó finalmente, el 4 de mayo y Atusparia, herido en una pierna, fue capturado. Se le respetó la vida porque muchas damas huaracinas intercedieron por su vida, como reconocimiento al magnánimo comportamiento del noble caudillo indio que había impedido los excesos de los campesinos en contra de los residentes de Huaraz.

El 11 de mayo, a la cabeza de miles de indios Uchcu Pedro intentó reconquistar la ciudad pero la mayor potencia de fuego de los gubernamentales causó gran matanza en las fuerzas indígenas, que no pudieron lograr sus objetivos. Esto precipitó una brutal represión sobre los poblados de indios, matanzas, torturas, violaciones de mujeres, robos, etc., perpetraron los soldados y los milicianos zambos y chinos. Ante tal situación, Atusparia reaccionó y persuadió a la mayoría de alcaldes indígenas para que se sometan a la autoridad del nuevo prefecto. Sólo Uchcu Pecro continuó en la lucha e hizo de la Cordillera Negra su base de operaciones. Dentro de la pugna que enfrentaba a Iglesias con Cáceres, Cochachín se alineó con el héroe de la Breña, que lo nombró Comandante de Milicias. En los meses siguientes Uchcu Pedro se mantuvo en acción incursionando en los pueblos del Callejón, en fundos de la costa, asaltando correos, requisando animales, alimentos y armamentos. Ninguna expedición militar del gobierno podía abatirlo, entonces tramaron su captura mediante la traición. Para eso se valieron de Dámaso Rodríguez, un compadre de Pedro Cochachín. Rodríguez invitó mediante carta a su compadre, para que lo visite en el fundo Carhuapampa de Quillo, donde ofrecía entregarle fusiles y municiones. Uchcu Pedro respondió positivamente y con mucho afecto, y el 28 de setiembre de 1885 acudió a la cita, donde fue capturado. Inmediatamente fue trasladado a Casma y allí fue fusilado al día siguiente a las cuatro y quince de la tarde.

Sobre la muerte de Atusparia se han tejido varias leyendas. La más conocida: que murió envenenado por su “traición” a la causa indígena. Otros historiadores afirman que murió de tifus en 1887, dos años después de la rebelión, exiliado en su propio pueblo y estigmatizado por sus paisanos al haber sobrevivido a la gesta que años antes había dirigido.

La rebelión de Atusparia nos sirve de dura lección para el futuro. Como escribe José Carlos Mariátegui: “En nuestra América española, semi-feudal aun, la burguesía no ha sabido ni querido cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad. Descendiente próxima de los colonizadores españoles, le ha sido imposible apropiarse de las reivindicaciones de las masas campesinas. Toca al socialismo esta empresa. La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado”.



viernes, 30 de septiembre de 2011



JOSEF DIETZGEN


Y AUGUST BEBEL


El marxismo ha contado con notables defensores y propagandistas en todo el mundo. Entre ellos se encuentran Josef Dietzgen y August Bebel, dos obreros alemanes que llegaron a dar aportes teóricos y políticos a la lucha del proletariado. El primero descubrió por su cuenta la dialéctica y desarrolló el materialismo dialéctico; el segundo elaboró un esquema de lo que sería la sociedad comunista y participó activamente en la lucha por la liberación del proletariado y de la humanidad.




Josef Dietzgen nació en Blankenburgo, Alemania, el año 1828. No pudo terminar la escuela. Se dedicó al oficio de curtidor y trabajó en Alemania, Rusia y América. Estudió de manera autodidacta la filosofía –en especial la doctrina de Feuerbach– y la economía política. Luego de la revolución de 1848 se hizo revolucionario y en 1867 entabló correspondencia con Marx. Sus principales obras fueron La esencia del trabajo cerebral del hombre (1869), Excursiones de un socialista por el campo de la teoría del conocimiento (1887) y Conquistas de la filosofía (1906). Dietzgen falleció el año 1888.







Quizá el mayor mérito de Dietzgen haya sido descubrir la dialéctica materialista. Al respecto, menciona Engels: “…esta dialéctica materialista, que era desde hacía varios años nuestro mejor instrumento de trabajo y nuestra arma más afilada, no fue descubierto solamente por nosotros, sino también, independientemente de nosotros y hasta independientemente del propio Hegel, por un obrero alemán: Josef Dietzgen” (Obras escogidas, p. 640). Y no sólo descubrió la dialéctica, sino que además fue un materialista convencido. Él mismo escribió en su libro La esencia del trabajo cerebral del hombre: “El pensamiento es un trabajo corporal. Para pensar, necesito de una materia en la cual pueda pensar. Esta materia nos es dada en los fenómenos de la naturaleza y de la vida… La materia es el límite del espíritu, el espíritu no puede salir de los límites de la materia. El espíritu es producto de la materia, pero la materia es más que el producto del espíritu…” (citado por Lenin en Materialismo y empiriocriticismo, p. 313).



Aunque lo fundamental en la obra y el pensamiento de Dietzgen es el materialismo dialéctico, cae en algunos errores y desviaciones. Ya Lenin criticaba la falta de claridad en los textos de Dietzgen, lo cual generaba confusión. “J. Dietzgen ha podido agradar a los filósofos reaccionarios –dice Lenin–, porque cae de vez en cuando en la confusión” (Materialismo…, p. 316).



Una de las confusiones en las que cae Dietzgen es considerar el pensamiento como algo material: “…la representación no sensible es también sensible, material, es decir, real…” (citado por Lenin, p. 312). Este error es señalado por Lenin, quien aclara que el pensamiento y la materia son, en efecto, reales; pero el pensamiento no es por ningún lado material. Calificar el pensamiento de material, menciona Lenin, es confundir el materialismo y el idealismo.



Otra de las confusiones de Dietzgen es creer que el conocimiento de la naturaleza es innato. “Sólo relativamente –dice Dietzgen– podemos conocer la naturaleza y sus partes; pues cada parte, aunque es solamente una parte relativa de la naturaleza, tiene, sin embargo, la naturaleza de lo absoluto, el carácter de la totalidad de la naturaleza en sí, que el conocimiento no puede agotar…¿Por dónde sabemos, pues, que tras los fenómenos de la naturaleza, tras las verdades relativas, está la naturaleza universal, ilimitada, absoluta, que no se revela completamente al hombre?... ¿De dónde nos llega ese conocimiento? Es innato en nosotros. Nos es dado al mismo tiempo que la conciencia” (citado por Lenin, p. 165). Este y otros errores más fueron observados por Marx en la carta que envía a Luis Kugelmann el 5 de diciembre de 1868.



A pesar de todas estas confusiones, Dietzgen siempre defendió el materialismo dialéctico. Por eso, Lenin decía que “en sus nueve décimas partes [Josef Dietzgen] es un materialista”.



Además de la teoría del conocimiento, Dietzgen se dedicó a la lógica. “En sus obras, especialmente en Cartas sobre lógica, aborda el problema de la nueva lógica [dialéctica] y trata de establecer la diferencia cardinal entre ella y la lógica formal… Dietzgen comprende que la nueva lógica no sólo debe reflejar el cambio y el desarrollo que acontecen en el Universo, sino explicar la contradicción en que se fundamentan. A diferencia de la lógica formal, la lógica dialéctica considera la contradicción como legítima y verdadera, pues es inherente a las propias cosas” (Historia de la filosofía marxista-leninista, p. 99).



Todo el trabajo realizado por Josef Dietzgen hace de él un marxista, que asumió y difundió la ideología del proletariado.






Un caso similar es el de August Bebel, quien nació en Deutz, Alemania, en el año 1840. Fue hijo de un suboficial prusiano. En su adolescencia trabajó como aprendiz en un taller y luego de cuatro años obtuvo el título de maestro tornero. En 1861 viajó a Leipzig, donde abrió un negocio propio y se afilió a una sociedad local de artesanos.







En 1867 fue elegido diputado al Parlamento alemán (Reichstag). Luego de constantes luchas dentro del movimiento obrero alemán, Bebel fundó en 1869, junto con Wilhelm Liebknecht, el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania en el Congreso realizado en Eisenach. Por este motivo, este partido fue conocido como el de los “eisenachianos”. Luego, el Partido se afilió a la Primera Internacional (Asociación Internacional de los Trabajadores), fundada en Londres el año 1864. A partir de ahí, Bebel participó activamente en todos los congresos de la Primera Internacional y, al disolverse esta, en los de la Segunda Internacional.



Para 1870, habían dos corrientes en el movimiento obrero alemán: el Partido de los “eisenachianos” y la Asociación de los “lassalleanos” (Asociación General de Obreros Alemanes, fundado por Ferdinand Lassalle). Sobre esto, escribe Max Beer: “En las primeras elecciones del Reichstag (1871), los ‘heisenachianos’ [sic] y los ‘lassalianos’ [sic] agruparon unos 102 000 votos, y en 1874, 352 000. Hasta esta fecha persistió el conflicto entre ambos bandos; pero las masas exigían la unificación. [Ésta] Se realizó en 1875, en Gotha, durante un Congreso común, donde hubo de adoptarse un programa que no era sino una mixtura social-demócrata-pacifista” (Historia general del socialismo y de las luchas sociales, p. 230). El partido que resultó de la unificación de “eisenachianos” y “lassalleanos” se denominó Partido Obrero Socialista de Alemania, pero fue más conocido como Partido Socialdemócrata de Alemania.



El proyecto de programa que fue aprobado en el Congreso de Gotha (22-25 de mayo de 1875) fue duramente criticado por Marx y Engels debido a su esencia lassalleana, es decir, reformista. Engels envió varias cartas a Bebel sobre los errores de este programa y Marx escribió la conocida Crítica del Programa de Gotha (“Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán”). Las críticas de los fundadores del marxismo no hicieron eco en los participantes del Congreso de Gotha, pues el proyecto de programa se aprobó con insignificantes modificaciones. Sin embargo, el Programa de Gotha fue abandonado en el Congreso de Halle (1890) y en el Congreso de Erfurt (1891) se adoptó un programa marxista. En 1900, tras la muerte de Wilhelm Liebknecht, Bebel pasó a tomar la dirección del Partido Socialdemócrata.




En 1907, Augusto Bebel participó en el VII Congreso de la Segunda Internacional, celebrado en Stuttgart. En dicho Congreso también participaron Rosa Luxemburgo, como parte de la delegación alemana, y Lenin, Plejánov, Mártov y Litvinov, como parte de la delegación rusa. La agenda del Congreso fue la siguiente: 1. El militarismo y los conflictos actuales, 2. Las relaciones entre los partidos políticos y los sindicatos, 3. La cuestión colonial, 4. La emigración y la inmigración obreras, y 5. El sufragio femenino.



“El primero y segundo eran los puntos principales y así quedó demostrado en los fogosos debates que precedieron a las respectivas resoluciones. Ya entonces se prefiguraba con claridad la existencia de dos líneas en el seno del movimiento obrero internacional: una, la que claudicaría expresamente en la coyuntura histórica creada por la Primera Guerra Mundial; otra, por la que batallaban Rosa Luxemburgo y Lenin, que pugnaba por adoptar una posición internacionalista revolucionaria. En medio de ambas, todavía oscilaban delegados como Bebel, Plejánov Y Mártov, entre los más representativos, que pretendían una posición intermedia, o que, sin una total definición, saltaban de una a otra línea según los puntos en discusión” (Congresos de las Internacionales Socialistas, p. 8).



Sobre el primer punto de la agenda, militarismo y conflictos actuales, se aprobó la moción presentada por Bebel, con excepción de los últimos párrafos, que fueron redactados por Rosa Luxemburgo, Lenin y Mártov. Entre otras cosas, la moción aprobada señalaba que el militarismo es producto del capitalismo; por lo tanto, “la acción contra el militarismo no puede ser separada del conjunto de la acción contra el capitalismo” (ídem).



Bebel ya no pudo asistir al VIII Congreso (Copenhague, 1910) por motivos de salud. Sin embargo, envió una carta de saludos y agradecimientos a los participantes del Congreso, quienes le enviaron felicitaciones por sus setenta años. En la carta se nota su verdadero carácter revolucionario, pues menciona que, mientras sus fuerzas se lo permitan, va a “seguir sirviendo nuestra causa, que es la de la liberación de la Humanidad”.



August Bebel falleció tres años después, en 1913, en Passugg (Suiza). Nos dejó una valiosa obra del socialismo científico, que es su libro La mujer y el socialismo (1879). Este libro fue traducido a varios idiomas, entre los que se encuentran el armenio, búlgaro, chino, inglés, francés, griego, italiano, holandés, japonés, letón, lituano, moldavo, ruso, español.



En esta obra –señala Rosental–, Bebel muestra que “la aparición de la propiedad privada representa el comienzo de la ‘humillación y hasta del desprecio por la mujer’. De ahí que la emancipación de la mujer constituya una parte del problema de poner fin a la explotación y opresión social” (Diccionario filosófico, p. 41). Además, basándose en datos estadísticos de su tiempo, Bebel realiza un esquema de cómo se desarrollará la sociedad comunista. No obstante, también cometió algunos errores e imprecisiones. Por ejemplo, Bebel no diferenciaba las fases del comunismo (Marx explica estas fases en la Crítica del Programa de Gotha) y confundía el socialismo con el comunismo. Además de eso, Bebel creía en que la victoria del socialismo sería más o menos simultánea en todo el mundo.



A pesar de los errores y confusiones en los que pudiera haber caído, lo fundamental en Bebel es que fue un marxista que luchó contra el capitalismo y, como él decía, por la liberación de la humanidad. Fue un activo revolucionario que siguió luchando hasta poco antes de morir.



En conclusión, Josef Dietzgen y August Bebel son una muestra de trabajo persistente y tenaz, ya que a pesar de que ninguno de ellos recibió una educación formal, ambos alcanzaron un alto nivel teórico e ideológico. Ambos llegaron a ser, en efecto, verdaderos obreros intelectuales al servicio del proletariado. Son, también, un ejemplo de lucha incansable contra un sistema explotador, inhumano e irracional, como es el capitalismo; y nos dan una muestra de que otro mundo es posible y que debemos luchar por él.



Bibliografía consultada




- Bebel, August (s. f.). La sociedad futura. Progreso: Moscú.



- Beer, Max (1940). Historia general del socialismo y de las luchas sociales. Tomo II. México D. F.: A. P. Márquez.



- Bottomore, T. B. (1991). Dictionary of Marxist tought. Oxford: Blackwell Publishing.



- Departamento Siglomundo (1969). Congresos de las Internacionales Socialistas. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.



- Lenin, V. I. (1975). Materialismo y empiriocriticismo. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras.



- Marx, C. y Engels, F. (s. f.). Obras escogidas (en un solo tomo). Progreso: Moscú.



- Rosental (1965). Diccionario filosófico. Montevideo: Pueblos Unidos.



- Varios autores (1978). Historia de la filosofía marxista-leninista. Progreso: Moscú.






En la web:



- www.marxist.org.



- www.pcv-venezuela.org.