JUAN SANTOS ATAHUALPA
Guerrilero invicto del Gran Pajonal
Se conoce muy poco de los orígenes de Juan Santos Atahualpa, pero las investigaciones más consistentes indican que recibió educación formal en un seminario jesuita del Cusco. Además, él mismo afirmaba haber viajado a “Angola y a los Congos”, donde se habrían gestado sus ideas revolucionarias (Fernández y Brown, 2001). Aquí es importante señalar el impacto formador que habría tenido en Juan Santos la Compañía de Jesús, con sus criterios de organización comunitaria para los indígenas y su acción militante en defensa de sus ideas.
La descripción física más detallada que se tiene del Inca es la que proviene de Fray Santiago Vázquez de Caicedo, que viajó a Quisopango para conocer personalmente a quien los indígenas llamaban Juan Santos Atahualpa Apu Inca Huayna Cápac: “El cuerpo será del tamaño de Manuel Grande (éste es un negro corpulento que dio de limosna un bienhechor de Lima, para que acompañase a los padres misioneros, como esclavo de nuestras misiones de infieles); (…) tiene algún vello en los brazos, tiene muy poco bozo, luce bien rapado; en la barga tiene un pelo largo como cosa de tres dedos: es de buena cara; nariz larga y algo cava; color pálido amestizado; el pelo cortado por la frente hasta las cejas, y lo demás desde la quijada alrededor coletado; vestido con una cushma pintada o túnica de algodón…” (Fernández y Brown, 2001, p. 33).
Juan Santos, a diferencia de los incas de Vilcabamba o el Taqi Onqoy, realizaba su rebelión bajo el manto de la religión católica. Él mismo se declaraba cristiano y durante sus catorce años de lucha anticolonial siempre habló a favor de los jesuitas y estaba decidido a favorecer su labor educadora y evangelizadora. Por otro lado, la rebelión de Santos Atahualpa tuvo un fuerte carácter mesiánico. Entre la población estaba muy difundida la creencia de que un personaje providencial vendría a salvarlos; y Juan Santos tuvo la habilidad de ligar este mesianismo con su condición de Inca o descendiente de la nobleza inca, lo que le dio una doble aura de legitimidad frente a la masa indígena.
“En mayo de 1742, apareció Juan Santos en la reducción del Gran Pajonal, contigua al Cerro de la Sal, incitando a los indígenas a la rebelión para libertar al Perú del poder español. Fijó su cuartel general en Quisopango o Simaqui. El virrey del Perú, José Antonio Mendoza, ordenó iniciar operaciones militares para apresar a Juan Santos y liquidar la rebelión. Las tropas españolas decidieron entrar al territorio convulsionado por dos lados: Quimiri y Sonomoro para encerrar a Juan Santos y sus fuerzas. Estas, mediante ofensivas y constante hostigamiento desbarataron las acciones punitivas de los españoles.
“La segunda ofensiva española (1743) contra Quimiri también fue derrotada: igual suerte corrió la campaña virreinal de 1746 contra Nijandaris y Quimiri. La cuarta campaña realista (1750) contra Quimiri y Eneno también fue desbaratada.
“Las causas de esta dificultad pueden encontrarse en las persistentes rivalidades étnicas y familiares de la masa indígena, y en la política virreinal de clientelaje y privilegios que favoreció a las élites indígenas y a los colaboradores.
A partir de 1756, la rebelión había perdido ímpetu y ya no se tenían noticias del gran Señor Inca. ¿Qué pasó con él? Existen múltiples versiones: que desapareció delante de sus seguidores “echando humo”, que fue envenenado por uno de sus lugartenientes, que murió en el transcurso de una borrachera asháninka. Lo cierto es que incluso a fines del siglo XIX, los indígenas campa celebraban las glorias militares de Juan Santos, sacando en procesión su espada y realizando grandes fiestas; y que en pleno siglo XX, los indios del Huallpa y del Ucayali todavía creían que el Inca rebelde no había muerto, sino que volvería en algún momento, para voltear definitivamente el mundo a favor de la raza indígena.
BIBLIOGRAFÍA
Fernández, E. y Brown, M. (2001). Guerra de sombras. La lucha por la utopía en la Amazonía peruana. Lima: CAAAP, CAEA-CONICET.
Magisterio, Nº 21, marzo 2001, suplemento especial pág. V y VI.
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