sábado, 28 de febrero de 2015

August Bebel (22/02/1840-13/08/1913)

A pesar de los errores y confusiones en los que pudiera haber caído, lo fundamental en Bebel es que fue un marxista que luchó contra el capitalismo y, como él decía, por la liberación de la humanidad. Fue un activo revolucionario que siguió luchando hasta poco antes de morir. A continuación, reproducimos fragmentos de su texto "La transformación de la sociedad", vigente a pesar de haber sido redactada hace casi un siglo.


El torrente crece y mina los cimientos de nuestro edificio social y del Estado. Todo el mundo ve que los cimientos están vacilando y que sólo unos puntales todavía más potentes pueden salvarlo. Pero eso requiere grandes sacrificios de las clases reinantes. Sin embargo, tropezamos aquí con un obstáculo insuperable. Toda propuesta, cuya realización disminuya sensiblemente los privilegios o las prerrogativas de las clases dirigentes, choca con la más encarnizada resistencia de éstas y se califica de intento de derrocar el Estado y el régimen social. Pero la sociedad enferma no podrá curarse si no se afectan y, en fin de cuentas, si no se suprimen los privilegios y las prerrogativas de las clases dirigentes.

"La lucha por la emancipación de las clases trabajadoras no es una lucha por la obtención de privilegios; es una lucha por los derechos iguales y los deberes iguales y por la supresión de todos los privilegios". Este artículo del programa socialdemócrata señala claramente que con medidas a medias y pequeñas concesiones no se pueden lograr los resultados definitivos.

Las clases reinantes consideran su situación privilegiada no sólo como natural, sino como una cosa evidente de por sí. Ni siquiera cabe dudar del derecho a tal existencia que ellas poseen y que han de poseer en adelante. Por eso rechazan todo intento de socavar esta situación privilegiada y lo combaten con encarnizamiento. Incluso las proposiciones y leyes que no cambian en absoluto las bases de la sociedad existente las sacan de quicio en cuanto las cosas amenazan o pueden suponer una amenaza a sus cajas de caudales. En los parlamentos se acumulan montones de papel con los discursos escritos hasta que no se produzca el parto de los montes. Las reivindicaciones obreras más fundamentadas son acogidas con resistencia, como si las concesiones en esta esfera supusieran un peligro para la sociedad. Y si, después de interminables escaramuzas, se logran algunas concesiones, los que las hacen se portan como si hubiesen sacrificado una gran parte de su fortuna. Ofrecen idéntica resistencia irreflexiva cuando se trata de reconocer la igualdad de derechos de los oprimidos, como, por ejemplo, en materia de los convenios de trabajo.

Esta resistencia muestra una vez más la vieja tesis confirmada en la práctica de que ninguna clase reinante se deja convencer con argumentos si la fuerza de las circunstancias no la obliga a comprender y a hacer concesiones. Y la fuerza de las circunstancias reside principalmente en la creciente medida de la conciencia que adquieren los oprimidos durante el desarrollo de nuestras relaciones sociales. Las oposiciones de clase se vuelven cada vez más graves, las clases oprimidas y explotadas se van dando cuenta de que el estado de cosas actual debe desaparecer; crecen su indignación y el imperioso deseo de una transformación a fondo de la sociedad. Esta conciencia, abarcando cada vez medios más vastos, conquistará, en fin de cuentas, la enorme mayoría de la sociedad, interesada en ello del modo más directo. A la vez  que aumenta la conciencia de las masas y cobra vigor la idea de la necesidad de una transformación radical, disminuye la fuerza de la resistencia de las clases dominantes, ya que descansa enteramente en la inconsciencia y la ignorancia de las claves oprimidas y explotadas. Esta acción recíproca es evidente; todo lo que le favorece debe aplaudirse. El progreso del gran capitalismo, por una parte, se ve compensado por la conciencia cada vez mayor de la contradicción existente entre la organización social actual y el bienestar de la enorme mayoría del pueblo. Si la descomposición y la supresión de las contradicciones sociales requieren muchas penas y sacrificios, la solución se logrará en cuanto las contradicciones lleguen a su apogeo, cosa que apenas ha de tardar.


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